viernes, 11 de agosto de 2006

Puestos a imaginar... PASEO DE RECOLETOS, UNA MAÑANA DE AGOSTO.



Mamiloca se dispuso a caminar otra vez por las calles de Madrid. La mañana era cálida y agradable y se adentró en el Retiro por la entrada de Sainz de Baranda. Su deambular era soñador como si caminara entre nubes de algodón. Hizo una primera parada junto al gran estanque donde una pareja recorría despacio las aguas quietas, mirándose a la cara mientras un sol suave les acariciaba la piel.

Había en el estanque un montón de peces de colores y algunos patos. Cuando Mamiloca los estaba mirando, se detuvieron junto a ella una niña china preciosa y su padre adoptivo, provistos de una bolsa llena de pan duro para los peces. Se pusieron a repartir este manjar lanzándolo al agua y entonces vinieron multitud de gorriones que se posaron en el borde de la barandilla, mirando todos hacia arriba por ver si les llegaba alguna miguita. La niña reía feliz y repartía el condumio con ilusión y cada vez que un pez abría la boca ella le saludaba amistosamente.

Mamiloca rápidamente sacó su móvil y empezó a fototrafiar la escena para que nunca se le olvidara, lástima que no pudiera grabar también la voz de aquella niña pequeña y preciosa. Y guardó esa imangen y ese pedacito de mañana en su memoria y siguió su camino. Buscó la senda que le llevara a un sitio concreto que tenía en mente, porque sin saberlo o sin querer saberlo, buscaba un encuentro fortuíto que le arrastraba hacía allí, un lugar que le llamaba insistentemente, por alguna razón.

Tenía Mamiloca a la vez un extraño nudo en el corazón y un poco de miedo, porque ese encuentro casual tal vez la removiera por dentro y le hiciera retroceder hacia su isla de calma para no volver a salir nunca de allí.

Pero siguió caminando, y la ciudad era un sueño, y los minutos pasaban uno detrás de otro sin esperar a que ella los asiera.

A mitad del camino encontró un café donde reponer fuerzas. Un café junto al jardín botánico. Y después de comerse un delicioso bollo de hojaldre, sin pensarlo más se llegó a la feria de libros viejos con olor a alcanfor.

Y quería buscar, pero al mismo tiempo no podía dejar de mirar los puestos repletos de historias. Y quería mirar, pero no era fácil. No era fácil encontrar un amigo sin rostro. Sobre todo cuando había tantas cosas interesantes que mirar:

Los siete secretos. Guillermo y los hippies. Celia se casa.

Cuentos. Tebeos. Novelas. Libros de cocina. Poesía.

Tal vez el señor con gafas miraba junto a ella algún cómic de segunda mano y ella no lo vió, tan enfrascada como estaba mirando otras cosas.

Tal vez si le vió no le reconoció, porque no es fácil reconocer a una persona a la que no se ha visto nunca.

Tal vez no quería verlo, en realidad.

Porque siempre hay la posibilidad de que el encanto, y el misterio, y la magia de las palabras lanzadas al viento y la sonrisa de cada noche imaginando, desaparecieran para siempre.

Y tal vez es mejor así. Quién sabe...

Compró un par de libros para su estantería y siguió caminando, despacio.

Sin prisa.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre es más rico el mundo de la imaginación pero a veces se dan la mano y hasta se coge el brazo ¡quién sabe!

fcnaranjo dijo...

Ay, el señor con gafas... Esa especie huidiza e imprevisible... Que a veces se entretiene mirando libros y a veces corre que se las pela por la acera, apretadito de horario... Que a veces incluso va sin gafas, o las lleva oscuras, con mochila o sin ella, quién sabe...

:)

fcnaranjo dijo...

O sube (o baja, depende de la hora) por la otra acera, que todo depende...

Pero todavía estoy ruborizado, que lo sepa usted, señorita...

;)

Anónimo dijo...

No se ruborice usted, caballero. Es solo un guiño...
:)

Anónimo dijo...

jejejejeje :)

fcnaranjo dijo...

No, si ya...

Pero que me pongo colorao enseguida...

:)

Anónimo dijo...

Se ponen todo el año los puestos de los libros en el paseo de recoletos??